Mi maldad mi fiel compañera III



 

Enganche de nuevo mi botella, la volqué hacia mi boca para que cayera en mi garganta el último trago que quedaba. Estaba sentado en un sillón orejero de piel de color marrón, el cual estaba colocado enfrente de la cama de la habitación, en la cual los únicos muebles eran el sillón y una mesilla en el lado derecho de la cama, un pequeño armario empotrado con unas de las puertas descolgadas y el baño, las paredes empapeladas con un papel de rayas verticales con color rojo de fondo.

Con ese último trago calme la ira que me envolvía al verla salir del baño y ver en mi imaginación la silueta de mi madre. A lo que ella llamaba comodidad en la vestimenta era un conjunto de bragas, sujetador de color rojo pasión y medias negras. Su mirada era la típica de una puta haciendo bien el papel de lo que era, lo que no sabía ella es que, para mis ojos eran verla como una víctima más para mi deshago macabro.

Mientras se acercaba a mí contoneándose era más la ira que me entraba, mi odio interior hacia mí mismo, hizo que me replantease si dejarla vivir o simplemente maltratarla, en pocas ocasiones me había ocurrido con mis victimas, quizás fue su mirada desafiante desde que nos vimos lo que me hizo recapacitar. Se arrodillo ante mí, me abrió las piernas con fuerza, eso hizo que mi demonio interior despertara del letargo, la cogí por atrás su larga melena y como si fueran las crines de una yegua, la levante a la vez que lo hacía yo del sillón, empezó a quejarse por mi brusquedad, eso hacía en mi, sentir el placer de escuchar a mis victimas clemencia, una vez los dos en pie ella intento golpearme sin soltar su larga melena rubia, su mirada seguía desafiante eso hacía que disfrutase mas con su dolor, su mirada era penetrante y no podía permitir que me amedrantara, la tumbe en la cama con brusquedad, después de abofetearla varias veces, cogí la botella vacía la golpee contra la mesilla, mientras ella me pedía clemencia, con el trozo que quedo en mi mano la rasgue parte de su mejilla derecha, la sangre caliente la empezó a brotar de su cara, para el demonio que llevaba en mis adentros, era  como parte del pago de la encrucijada que la tocaba vivir antes de entrar en los umbrales de la muerte, tenía que quitar de su semblante esa mirada desafiante hacia mí de alguna manera antes de saciar mi instinto criminal, por momentos ella se fue desfalleciendo hasta quedar inconsciente, una víctima en ese estado no tenía ningún aliciente para mi saciedad maquiavélica.

De camino viniendo al hotel vi la estructura de un edificio en obras abandonado, sin paredes levantadas en fachada e interior, aunque al entrar al hotel nadie nos vio, en la taberna si  podían recordar nuestra presencia y aunque hasta ahora mi barbarie se había aliado con mi suerte y me habían acompañado, no podía arriesgarme.

Una vez recuperada del desfallecimiento, junte sus manos y se las ate con el cordel de una de las cortinas, y tape sus ojos con un pañuelo suyo que cogí del armario, de la herida causada por el trozo de botella seguía brotándola sangre, vi como le había rajado parte de la comisura de su boca con lo cual apenas podía terciar palabra, aunque sus fuerzas estaban débiles y sin más indumentaria que la que llevaba al salir del baño, le puse el abrigo, salí con ella del hotel sin que nadie nos viera y con paso lento nos dirigimos al edificio abandonado. Con algo de dificultad por el estado en que se encontraba la puta nos adentramos en él, subimos hasta la octava planta, la deje sentada en el suelo apoyada sobre una columna, intentaba mascullando pedirme clemencia pero cada vez que lo hacia se la intensificaba el dolor causado por la herida de la cara. La hice ponerse en pie, ella estaba totalmente desconcertada no creo que supiera donde se encontraba, la acerque a lo que sería la puerta del umbral de su muerte, a dos pasos del borde de la octava planta, era solo cuestión de esperar sus primeros pasos. Durante ese instante, me pregunte porque no había saciado mi deseo macabro con ella y no la había asesinado yo personalmente, quizás fuese por su mirada o porque mis deseos de hacer mal se estaban deteriorando, no tenia respuestas a lo que me había ocurrido con la puta.

Algo raro estaba ocurriendo en mi mente, en mi interior no había necesidad de matar por matar, lo macabro dentro de mí había desaparecido, no sabía que me estaba ocurriendo… De pronto tuve la necesidad de parar lo que para mí era un placer, ver la muerte acechando a mis victimas siendo yo el artífice, el que disfrutaba como escuchaba sus últimos latidos de sus corazones de ellas, como sentían la llamada de la muerte a sus cuerpos a veces destrozados por mis manos.

De pronto un impulso salió de mis adentros y me dirigí hacia mi víctima, con la idea de retirarla del borde de la planta del edificio. Al escuchar mis pasos y sin dar tiempo a que yo la avisara, echo los dos pasos hacia adelante y se precipito hacia el vacio sin yo poder hacer nada. No sentí el más mínimo placer, por primera vez en mi vida sentí pena por la vida de un semejante. No era yo, por mas ira que quería encontrar en mi, solo encontraba vacío. Sin vacilar un momento más baje a la calle, esperaba que mis impulsos macabros y de asesino volvieran a mí al ver su cadáver…

 

Continuara…

 

Rafael Huertas

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