Mi maldad mi fiel compañera II



 

Ya en los adentros de uno de los barrios más pobres de la cuidad caminado por sus estrechas y oscuras calles mi necesidad de maldad iba a cada paso en aumento, era una sensación fría que recorría mis venas, las únicas almas que me acompañaban con vida  eran algunos murciélagos que esquivaban las esquinas de las casas viejas a la altura de los tejados.

 Decidí volver a la taberna a calentar mis venas con mi otra ansiada compañera que era la bebida, en la esquina de la calle donde se encontraba la taberna y a la luz tenue de una vieja farola apoyada sobre ella, una mujer, por su postura y vestimenta debía ser una mujer de las que llaman de la calle, para mi desde que tuve mi primera experiencia sexual, una puta. Me acerque a ella…

-Buenas noches  ¿te puedo invitar a un trago?

Echándome una mirada desafiante de arriba abajo, me contesto…

-Por supuesto que sí, pero no pienses que con una trago vas a pagar mis servicios si es que estas necesitado de ellos.

Creo que será una noche excitante, en mis adentros se revolucionaban los sentimientos de maldad, tenía que aguantar y sostener mis impulsos macabros, notaba como mis ojos tenían necesidad de ser salpicados por gotas de sangre. Entramos a la taberna, nos sentamos en un rincón, el ambiente olía alcohol sin destilar, dos hombres apoyados en la barra sin tener casi fuerzas para mantenerse en pie, en otro rincón una puta y un hombre haciendo trato sobre los servicios de ella, y nosotros. Con el primer trago se me calmo algo la ansiedad de alcohol que tenían mis venas. Mientras conversaba con ella en mi imaginación ya veía el rostro de ella ante las puertas de la muerte, solo pensar en ello me excitaba más que lo que me pudiera dar en el momento de tener sexo con ella. Sin poner atención a su conversación la dije que estaba de acuerdo en el precio, imaginarme la pintura que llevaba en su rostro disolviéndose con las caídas de sus lágrimas, ante el dolor de mi cruel maldad, no tenia precio. No dejo desde que la vi en la esquina, de dejar de mirarme con una mirada desafiante, eso excitaba más a mi perversidad interior. No tendría más de cuarenta años, su físico era en lo que menos me fije, en el interior de mi personalidad miserable lo único que la apetecía con sus víctimas era sentir el desgarramiento de los músculos al recibir el maltrato, percibir ese sentimiento de dolor creado por mi tortura.

Tras casi acabada la segunda  botella deje unos billetes en la mesa donde nos encontrábamos al salir, me dirigí al tabernero.

-Quédese con el cambio tabernero.

Nos dirigimos a un hotel de mala muerte, lo que no se si era donde ella vivía o su lugar de trabajo tras embelesar a sus víctimas sexuales. Estaba a pocas manzanas de la taberna, era un edificio con un luminoso el cual anunciaba el alquiler de habitaciones, era el encargado de alumbrar casi toda la calle con su apagar y encendido para llamar la atención del negocio, la luz que desprendían  las farolas era tan tenue que no hacían ni sombra de ellas.

En la recepción no se encontraba nadie, nos dirigimos al ascensor,  ella metió la mano en el interior de su bolso para ir buscando las llaves de la habitación, ya dentro del ascensor con la mano desocupada me echo mano a la bragueta del pantalón con nada de suavidad, intentándome hacer ver que su ansiedad de ganas de tener sexo eran reales, eso hizo que mi instinto malvado se la retirase, retorciéndola la muñeca creando en ella el primer síntoma de dolor, para mi gozo de saciedad que llevaba aguantando durante toda la noche.

Me invito a tomar un trago, mientras ella entraba al baño a cambiarse y ponerse algo más cómodo que el vestido ceñido que llevaba puesto, la botella era de aguardiente puro. Antes de saborear el segundo trago a la botella salió del baño. Esa estampa de ella saliendo del baño medio tambaleándose y diciendo…

-Tú te puedes acabar esa botella, yo me encargo de esta que me he encontrado al pie de la bañera

-Mis recuerdos de infancia, hicieron como si el espíritu de madre hubiera salido de ese baño, note como mis venas se hinchaban, en mi interior escuchaba los gritos de mi maldad dando golpes en mi cabeza para poder salir, era como en las demás ocasiones que tenía una víctima pero esta era especial, quizás fuese porque me recordaba a esa mujer que me dejo nacer, la cual fue la culpable de hacer de mi esta persona endemoniada con el único sentimiento en mi persona de la crueldad, de hacer sufrir a mis semejantes, de arrastrar durante toda mi vida unas muertes no merecidas…

 

Continuara…

 

Rafael Huertas

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