Me toco en el vagón trasero del convoy, íbamos unos diez pasajeros en el. Por circunstancias era un viaje de los que se llaman relámpago, hacia muchísimos años que no viajaba en tren. Mi único equipaje era, una mochila pequeña tipo bandolera, la cartera, un paquete de tabaco liado, mechero y como no, el móvil, cargador de red pues me entere de que podía ir cargando el móvil y cargador de coche, pues mi vuelta seria en coche. Después de observar disimuladamente a mis compañeros de viaje, hice mis comentarios internos sobre ellos, los que iban acompañados charlando sobre sus temas, los demás cada uno a lo nuestro, menos una mujer que pasado diez minutos de viaje se quedo dormida y no se despertó hasta dos paradas antes de llegar al final del destino. Empecé saludando a mis amigos de las redes sociales, era una buena manera de ir entretenido, y con alguno conversando a través de whatsapp.
El poco traqueteo, me hizo tener la necesidad de cerrar los ojos, me hizo recostarme contra la ventanilla, mirando el paisaje, llego un momento que vi a lo lejos unas siluetas, una de ellas delgada subida sobre un corcel, la otra gruesa y sobre un asno. Por momentos no sabía, si era la relajación de los movimientos del tren o que me quería olvidar lo que podría durar el viaje y de los problemas acumulados en los últimos días. Creo que llego un momento en el que me quede traspuesto o dormido, pues con una voz no muy agradable para el estado en el que yo me encontraba, escuche:
-Por favor, perdone me enseña el billete.
Era el revisor, levante la mirada… saque el billete, se lo entregue y claro esta se quedo con parte del IVA pagado por él. Sin pensar en apenas en su familia, volví a recostar mi cabeza en la ventanilla. El recorrido transcurría por tierras bañadas por el ocre de las tierras ya segadas y tostadas por el sol de verano, eran tierras Manchegas, el paisaje lo rompían los postes de la luz que sujetaban el repostaje del tren eléctrico.
Las extensas llanuras, parecían mares pequeños, por los cuales se podría hasta navegar por sus olas tranquilas, que de vez en cuando movía la brisa, era olas apenas sin altura, pues el trigo ya había sido segado.
En el horizonte asomaban algunas que otras montañas, como queriéndome decir que ellas también necesitaban de algunas de mis frases, ya que también eran parte del paisaje, que se veía a través de las ventanillas del tren que recorre estas tierras. En las faldas de las montañas se empezaban a ver algunas tierras, con cepas de viñedos, esa planta que hace que brote de alguna manera la sangre de esta tierra.
De pronto la ventanilla del tren cambio, como una pantalla el paisaje ya los ocres quedaban a las sombras de encinas y mientras continuaban pasando los postes, iban apareciendo pinos, chopos y otra clases de arboles, llego el momento en que nos adentramos en Despeña perros, no deje de mirar el paisaje, era la frontera entre las tierras Castellano Manchegas y Andalucía.
Las extensas llanuras, parecían mares pequeños, por los cuales se podría hasta navegar por sus olas tranquilas, que de vez en cuando movía la brisa, era olas apenas sin altura, pues el trigo ya había sido segado.
En el horizonte asomaban algunas que otras montañas, como queriéndome decir que ellas también necesitaban de algunas de mis frases, ya que también eran parte del paisaje, que se veía a través de las ventanillas del tren que recorre estas tierras. En las faldas de las montañas se empezaban a ver algunas tierras, con cepas de viñedos, esa planta que hace que brote de alguna manera la sangre de esta tierra.
De pronto la ventanilla del tren cambio, como una pantalla el paisaje ya los ocres quedaban a las sombras de encinas y mientras continuaban pasando los postes, iban apareciendo pinos, chopos y otra clases de arboles, llego el momento en que nos adentramos en Despeña perros, no deje de mirar el paisaje, era la frontera entre las tierras Castellano Manchegas y Andalucía.
Si en la Mancha me pareció ver las siluetas del Quijote y Sancho Panza, porque no, se podían aparecer las de los bandoleros Jose Maria “El Tempranillo” o quizás Curro Jimenez. La verdad que conmigo, si apareciesen y parasen el tren para asaltarlo no iban a tener su día, incluso hasta les podría pedir unirme a ellos.
Después de la última parada en el vagón solo quedamos dos personas, un chico joven y yo, era una incomunicación total , sin cobertura móvil al pasar por la zona de los túneles, solo recordar cuando viajaba de pequeño con mis padres, la ilusión que me hacía pasar por los túneles en tren ¿No sé el porqué de esa ilusión?
Después de la última parada en el vagón solo quedamos dos personas, un chico joven y yo, era una incomunicación total , sin cobertura móvil al pasar por la zona de los túneles, solo recordar cuando viajaba de pequeño con mis padres, la ilusión que me hacía pasar por los túneles en tren ¿No sé el porqué de esa ilusión?
El único sonido que se escuchaba, era la música que emitía el tren en su rodar por las vías, y digo música, porque después de unas cuantas horas de viaje, ese ruido sirve como melodía para cualquier letra de canción que se te venga a la cabeza.
Son esos momentos que te das cuenta, que el viaje estaba siendo ameno, con tan solo lo que te brindaba la ventanilla del tren, tanta historia en esas tierras, tanta vida de naturaleza, y de vez en cuando el tren pasando como de puntillas, por encima de algún que otro puente, las montañas hacían que el tren serpenteara, para salir airoso entre ellas y de vez en cuando jugando al escondite con ellas, desapareciendo y apareciendo por alguna de las entrañas de ellas.
Al salir del último túnel a unos pocos kilómetros, ahí estaban como las bandas municipales, esperando el llegar de alguna celebridad, los Olivos de Jaén. Dándonos la bienvenida a los pocos viajeros que íbamos en el tren.
Son esos momentos que te das cuenta, que el viaje estaba siendo ameno, con tan solo lo que te brindaba la ventanilla del tren, tanta historia en esas tierras, tanta vida de naturaleza, y de vez en cuando el tren pasando como de puntillas, por encima de algún que otro puente, las montañas hacían que el tren serpenteara, para salir airoso entre ellas y de vez en cuando jugando al escondite con ellas, desapareciendo y apareciendo por alguna de las entrañas de ellas.
Al salir del último túnel a unos pocos kilómetros, ahí estaban como las bandas municipales, esperando el llegar de alguna celebridad, los Olivos de Jaén. Dándonos la bienvenida a los pocos viajeros que íbamos en el tren.
Grandes extensiones de olivos, todos juntos respetándose sus distancias sin grandes alturas pero con un verdor que les dura toda su larga vida, sus hojas cubriendo del sol a sus raíces en verano y las heladas de los inviernos.
Trabajosos esos olivos, para los andaluces de Jaén. Como dice el cantar:
Andaluces de Jaén,
aceituneros altivos
decidme en el alma quién,
quién levantó los olivos
Andaluces de Jaén
No los levantó la nada
ni el dinero ni el señor,
sino la tierra callada,
el trabajo y el sudor.
aceituneros altivos
decidme en el alma quién,
quién levantó los olivos
Andaluces de Jaén
No los levantó la nada
ni el dinero ni el señor,
sino la tierra callada,
el trabajo y el sudor.
El viaje estaba llegando a su fin, entre las conversaciones vía mensajes internet, el paisaje y sobre todo la soledad que me acompaño, me vino muy bien para describir un viaje y olvidarme por un momento de la vida cotidiana del día a día.
A mi espera estaban, una trozo grande de mi vida.
Espero no tardar, en volver hacer otro viaje, si puede ser sin destino fijo.
Rafael Huertas
